20- (Y ÚLTIMA) SÓLO SE VIVE UNA VEZ

  -¡Se va, Puri, se va!
  De este modo tan alarmante entró Marta al día siguiente en casa.
  Afortunadamente era sábado y no había que ir a trabajar, así que había decidido quedarme en la cama hasta bien tarde, no tenía 
ninguna razón para salir de ella, mi estado de ánimo oscilaba entre mal y muy mal, pero los timbrazos en la puerta me hicieron  espabilarme por completo.
  -¿Qué pasa? ¿Quién se va?
   Yo no entendía nada, estaba medio aturdida todavía y además, tenía muchas cosas que decirle a Marta, había pensado tanto en lo verde que la iba a poner por haberle dicho a Mario todo aquello, que cuando la vi llegar de aquella manera tan poco habitual en ella, me dejó desconcertada.
Marta es una persona que no conoce la tristeza, optimista hasta la médula, siempre ve la botella medio llena, y a su lado es casi imposible no dejarse arrastrar por el huracán de su personalidad. No era frecuente verla de aquella manera, fuera de sí, entre enfadada y preocupada, entre incrédula y molesta.

-Nelson se va a Venezuela, regresa a su país ¿qué te parece?
   Me parecía algo que se veía venir, porque él había llegado aquí con su compañía de Boys para hacer el espectáculo una temporada y punto, de todos era sabido que ese tipo de “chous” tenían que cambiarse cada poco porque la gente no quiere ver siempre lo mismo, los bailarines se “queman”, no es extraño con los calentones que cogen... Pero esto que a mí me parecía previsible, por lo visto, a ella no se lo parecía tanto, y llegada la hora de la verdad, el disgusto o el cabreo que tenía, era mayúsculo.





  
  -Marta... no te conozco, tú eres la que dices que no merece la pena sufrir por un hombre ¿no?
    Me miró con aquella cara tan triste, con los ojos sin pintar y los labios sin carmín, que parecía una chiquilla pequeña a la que acabasen de quitar su muñeco favorito.

  -Nelson no es como los demás- dijo entre pucheros.
  -No, la verdad es que no. En eso tienes razón.
   Después, se calmó un poco, y como si de repente se le hubiese encendido la bombilla en la cabeza, cambiando totalmente de registro dijo:
  -¿Y tú? ¿No tienes nada que contarme?
  -Te voy a matar, eso es lo que tengo que contarte. ¿Cómo pudiste decirle semejante trola a Mario? No sé cómo pudo ocurrírsete eso.
  -Hija, lo hice por echarte una mano. Le encontré en la cafetería y empezamos a charlar, le comenté que parecía preocupado y me dijo que tenía problemas personales, pero los hombres no tienen problemas personales, Puri, sólo tienen problemas sexuales, y se me ocurrió decirle que tú eras estupenda con los problemas “personales”, que hablase contigo, y se ve que me entendió. ¿Al final, pasó algo?

  No hizo falta que contestase, porque debió de notármelo en la cara, y las dos nos abrazamos entre risas y llanto, porque ella volvió a pringar el moco, y yo, por solidarizarme, también.
 -No puedo creerlo, por fin te has decidido, y con Mario, como tú querías...¿Ves como no lo hice tan mal? ¿Cuántas veces lo hicisteis?
Y entonces sí que me dio un ataque de risa de los buenos, porque estaba bien claro que Nelson la tenía muy mal acostumbrada.
  -¿Qué hago, Purita?- dijo recuperando su preocupación- Se va a marchar, el contrato se les ha terminado y se va a marchar...
  -Pero bueno, ¿no decías que no le querías? Que era uno más, que no te ibas a quedar pillada de nadie, que esas cosas no van contigo…
  -Pues ya ves, eso creía yo, que era uno más, pero ahora va a ser uno menos...
  Me hacía gracia oírla hablar así, como si Nelson fuera exclusivo de ella, como si hubiera olvidado que cada noche le compartía con un montón de chicas, incluso a mí me le había querido prestar.
  Yo nunca me había imaginado a Nelson casado con Marta y rodeado de un montón de niños, mientras ella seguía trabajando en la oficina y él desnudándose hasta que se jubilase, por eso no me resultaba tan extraño que se fuese, era algo que estaba escrito.
  -Puri, lo que son las cosas, yo termino una relación y tú la empiezas, ¡qué injusta es la vida!
  -Bueno, mujer, hasta que yo te alcance en todas las que has tenido, me queda mucho, además, yo no empiezo…-intenté seguir contándole, pero no me dejó.
  -Estoy destrozada, te lo juro, estoy machacada, ha sido un golpe durísimo, y además, tengo que decirte otra cosa...Puri, quiero presentarte a una persona.

-¿A una persona? ¿Y dónde está?
-Abajo, a la puerta. Es alguien que acaba de llegar de muy lejos, y necesita ayuda, quiero que seas amable con él, no conoce a nadie, está buscando alojamiento y le he dicho que tal vez en este bloque haya algo libre.
En cinco minutos se me presentó en casa con un hombrecillo diminuto y amarillo, con los ojos rasgados hasta las orejas y que le desaparecían de la cara al sonreír.

-Este es Mao- dijo ella- y no hagas una de tus gracias porque te conozco y vas a decir “Mao-Tse Tung” ¿verdad?

-Encantada-fue todo lo que conseguí decir.
-Acaba de llegar de China, para trabajar en un restaurante japonés, porque como los japoneses y los chinos son tan parecidos...
-Pues qué bien...-dije mientras seguía estrechándole la mano y él no paraba de sonreírme.
Pensé que Marta debería de trabajar en el departamento de inmigración de algún sitio, porque lo suyo eran las relaciones internacionales.
  -¿Y no sabe hablar español?- le pregunté a la vista de que Mao no decía nada.
  -No, no sabe decir nada.
  -Pero ¿ni siquiera con la ele, como los chinos de los chistes?
  -Nada, ni con la ele, ni con la jota. Tendré que enseñarle, porque he pensado que como Nelson se va hoy, puede quedarse en casa hasta que encuentre algo ¿qué te parece?
  -Que estás loca ¿qué me va a parecer?
  -Hija, Puri, tú ni aunque “mojes” dejas de ser antigua, chica. Lo malo es que Nelson no se va hasta por la tarde, y claro, no me parece bien que se encuentren en el piso los dos...por eso, había pensado que tal vez tú...
   No hizo falta que dijese nada más, se la veía venir desde lejos.
  -Marta...no estarás pensando...
   Pero sí, lo estaba pensando.
  -Mujer, que será sólo hasta que Nelson se vaya, después ya me le quedo yo, no te preocupes.
  -Pero que no sabe hablar, ¿cómo le vamos a entender?
  -Pues con el único lenguaje del mundo que no necesita palabras...
-¡Marta!- le dije, asombrada de la prisa que se daba por llenar el hueco que aún no había dejado libre Nelson.
-El lenguaje culinario, Puri, porque Mao prepara un arroz tres delicias que es para chuparte los dedos. No te preocupes, algún día te tejaré probarlo.

-No me gusta el arroz.-le dije.
-No, si no me refiero al arroz, me refiero a Mao, espero que además de cocinar sepa hacer otras cosas...
Se echó a reír, y se fue, completamente repuesta del “tremendo” disgusto que le había ocasionado la partida de Nelson, ese golpe “durísimo” del que nunca iba a poder recuperarse.
  Y me dejó allí, con el hombrecillo de sonrisa permanente y ojos escondidos, sin entender lo que iba a hacer un chino en un restaurante japonés, ni mucho menos, lo que hacía en mi casa, y dónde podía colocarle que no me estorbara.
  Con la partida de Nelson se vio afectada también mi vida, porque de nuevo tuvimos que recurrir al metro y al autobús para llegar al trabajo, y me costó volver a acostumbrarme a las carreras y los empujones matutinos, pero no nos quedó más remedio, porque Mao no tenía coche, ni dinero para alquilarlo, todo lo que tenía de oriental, lo tenía de pobre, así que, egoístamente, creo que salimos perdiendo con el cambio, al menos yo, porque a Marta se la veía de nuevo feliz y sonriente, con su nuevo amigo instalado en casa,
porque, casualmente, no había ni un apartamento libre en el bloque en aquella temporada, y él se encontraba de maravilla en aquella especie de embajada de cualquier país que era el cosmopolita piso de mi amiga.

  El trabajo en la oficina volvió a su rutina normal: el ordenador con doscientos e-mails atrasados, los documentos para archivar apilados encima de la mesa, el teléfono que no dejaba de sonar y los diez minutos para tomar un cafetito en el que se quiere hablar de tantas cosas que al final no se entera una de nada.
 -¿Ya sabéis lo de Mario? Parece que se casa con Ana, la de arriba, la estirada esa. Mira qué calladito se lo tenían...
  Todo el mundo empezaba a preguntar y en resumidas cuentas todo eran rumores, dimes y diretes que me hacían daño, porque para mí tenían un significado especial, y además, yo sabía que eran ciertos.
  Los días que habían seguido a nuestro encuentro, Mario y yo habíamos tenido una actitud aparentemente de lo más normal en la oficina, pero claro, sólo aparentemente, porque al menos por mi parte, era imposible verle y no recordar. Yo creo que también había cambiado algo en él, en su forma de mirarme, de tratarme, de dirigirse a mí, era como si estuviese “blandito”, tierno, no sé, pero yo le veía distinto.

   No quería hacerme ningún tipo de ilusión, no quería ni pensar en él. Me planteaba a mí misma tener las cosas muy claras, no confundirme, no despegar mis pies del suelo ni un momento. Nuestro encuentro había sido por un motivo concreto, y el simple hecho de recordarlo me ponía tan triste que no quería ni pensar en ello.
Procuré salir más, ir de copas ( que tiene su mérito ir de copas sin beber, pero bueno, por lo menos salir) o ir al cine, que siempre me gustó, pero como estaba tan susceptible cualquier película un poco romántica me hacía coger hipo de tanto llorar, y mis amigas terminaron por no querer ir al cine conmigo porque les daba una tarde que para que contarlo.   Probaron a llevarme de discoteca, y mientras sonaba la música bailable, todavía me encontraba mejor, pero como pusieran algo un poco más suave, me deprimía por completo, así que opté por no dar más la vara a los demás, que ya no sabían qué hacer conmigo, y no ir de marcha hasta que se me hubiese pasado un poco el bajón, no era bueno forzar las situaciones, ya se me iría pasando.
  Aquel día, después de comer, me puse a ordenar un poco la casa, porque ya hacía la tira de tiempo que no colocaba las cosas en
condiciones. Sudé lo que quise, porque allí había polvo por todos los sitios menos por donde debía de haberlo. Menos mal que la casa es pequeña, pero a pesar de eso, me di una paliza curiosa, y cuando terminé, me tiré en el sofá a tomarme una coca-cola porque estaba hecha un trapo.

Ya se sabe que no hay mejor cosa que ponerte a hacer limpieza general y estar hecha un adefesio para que te lleguen visitas, es un remedio infalible. Y eso fue lo que me pasó, que no había acabado de coger el refresco, cuando sonó el timbre.
  Me costó un buen rato mentalizarme de que tenía que ir a abrir , porque estaba tan cansada que levantarme me suponía un tremendo esfuerzo, pero al final lo hice.
 Cuando abrí la puerta tenía delante de mí un precioso ramo de flores detrás del cual asomaba Mario.
 Como siempre, vestía impecablemente, no como yo, que estaba con unos pantalones harapientos y una camiseta rota por siete sitios pero que era mi uniforme para los días de limpieza como la que acababa de hacer. Me miró entre las flores y bajando un poco el ramo, me dijo:
  -Que... me pregunto si podíamos dar clases de recuperación, porque yo creo que me vendrían bien.
 -¿De recuperación?- le dije- Pero si aprobaste...
 -Ya, bueno, pero por fijar conceptos, ya sabes, subir nota y eso...claro, que tal vez he venido en mal momento...no sé...pareces cansada.
 -¿Cansada yo? Si llevo toda la tarde sin hacer nada...
  Casi no me dio tiempo ni de cerrar la puerta, lanzó las flores al sofá y me espachurró contra la pared.
  -¡Puri! ¡Puri!- decía muy cerquita de mi oído, mientras sus manos volaban por mi espalda y tiraban de la camiseta que como estaba ya muy pasadita, casi se deshace.

  Otro de los rumores que corría por la oficina en la última semana era que Mario y Ana habían anulado la boda, pero yo no había querido escuchar nada que pudiese hacerme tener ni el menor ápice de ilusión.
Mira que si fuese verdad, mira que si al final Mario se hubiese sentido sólo la décima parte de atraído por mí de lo que yo me sentía por él...
  Lo tenía fácil, le tenía allí mismo, hubiera sido tan sencillo como detener la escena y preguntarle abiertamente si era cierto, que me aclarase su situación, que me explicase...pero no lo hice, me daba miedo la respuesta, podría haberme hecho muy feliz o haberme arruinado la tarde, y no merecía la pena correr el riesgo, en aquel momento no, en aquel momento justo en el que me estrechaba entre sus brazos y respiraba entrecortadamente, como si no hubiese en el mundo bastante aire para los dos, no.
  La ventana de la sala estaba cerrada, pero uno de los visillos estaba ligeramente apartado y la vecina de enfrente estaba a punto de caerse al patio de tanto como se estaba asomando para ver si lo que intuía a través de las cortinas era cierto o no.

Era cierto. Su pobre vecinita, la solterona, la que era tan sosa y tan poco agraciada, tenía en casa un hombre como un queso y se estaba pegando el “filete” con él.
  Al mismo tiempo, el timbre de la puerta sonaba con insistencia, lo que delataba claramente la presencia de Marta al otro lado de la puerta.
  -¿Puri? ¡Que soy yo! Abre, mujer que sé que estás ahí.
 Un momento de silencio en el que yo iba ya arrancándole a Mario los pantalones, y otra vez volvía a la carga.
  -¡Puri! ¿Dónde habrá ido esta mujer? Vamos Mao, anda, ven conmigo que Puri no está, ya la invitaremos a rollos de primavera otro día.
  Escuché sus pasos alejarse por la escalera, no era lo único que escuchaba, porque también oí cómo se rompió el jarrón que estaba encima de la mesa y cómo salió disparada la caja de cristal que estaba también por allí.
  ¡Rollos de primavera! Yo tenía entre mis brazos el mejor rollo de mi vida, y con un poco de suerte, tal vez fuese de primavera, de verano y de lo que hiciera falta.
  -Puri, eres estupenda, eres maravillosa, eres...
Casi me parto de risa al pensar en lo curioso de la situación, en todas las tonterías que había hecho para atraer la atención de Mario. Recordé mis inútiles esfuerzos por cambiar de imagen: aquel intento fallido de salir del gimnasio hecha una sílfide en una tarde, el suplicio del salón de belleza, la tortura de las lentillas como los
ojos de Liz Tailor (que quedaron como los ojos de Belén Esteban), la dieta del domingo por la tarde, la ropa moderna y picarona… Todo aquello ¿para qué? Para nada, porque resulta que allí estaba, con la cara lavada y dos trapos mal puestos escuchando a Mario decirme todo lo que había soñado escuchar tantas veces de su boca, la misma que buscaba la mía (y que por lo visto no la encontraba, vamos, porque me estaba recorriendo de punta a cabo), más feliz que una perdiz, sin adornos de ningún tipo, sin maquillajes, sin mentiras, sin… sin nada, vamos, porque ya sólo me quedaba encima un Mario amoroso que susurraba mi nombre con una pasión que ya la quisieran los gavilanes esos de la tele.

   -¡Eres genial, Puri! Eres única, eres…eres…
  Pero no le dejé seguir, mi autoestima ya no podía llegar más arriba, no necesitaba seguir oyendo piropos cuando se podía pasar a la acción.
Desde la mesa de la sala, vi mi cara reflejada en la lámpara del techo, y mientras Mario me llenaba de besos y me hacía sentir la reina del mundo (ya ves tú, sin Titánic ni nada, en un piso de juguete) comprendí que por fin había logrado aceptarme como soy, y no sólo me quería a mí misma, sino que además estaba encantada de haberme conocido.
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

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