2-MALOS TIEMPOS PARA ENCONTRAR "CURRO" (Estará en el Caribe...)

Hacía mucho tiempo que buscaba trabajo cuando por fin encontré el que ahora tengo. Cansada de mirar cada día los periódicos, creí que nunca iba a conseguir nada, que no iba a lograr algo tan lógico como poder trabajar para vivir, aunque ahora ya no tengo tan claro que sea así, dudo que poco a poco no se esté convirtiendo en lo contrario, vivir para trabajar.

Estaba desesperada, y no es que no tuviese para comer, pues en casa de mis padres nunca me faltó de nada, pero llega un momento en la vida en que parece que “hace feo” seguir viviendo con los padres y sobre todo, de los padres. Me gustaba pensar en tener mi propia vida, en poder pagar mis gastos y no ser una carga para nadie. Ellos, por supuesto, jamás me han dado a entender que lo sea, siempre fui su “tesoro”, pero me seguían viendo como a una niña, y con todo el cariño que les tengo, creo que a mi edad (¿he comentado el pequeño detalle de que tengo treinta años?) ya no pueden vivir pendientes de si entro o salgo, de si llego pronto o tarde.

Necesitaba una vida propia, quería asumir riesgos, responsabilidades, equivocarme o acertar, no lo sabía, pero al menos, intentarlo.



A pesar del disgusto que les di, decidí de una vez por todas ponerme seria y buscar trabajo para poderme independizar.

Siempre he sido bastante flexible en mi forma de pensar, o al menos, así me lo parecía, y he accedido a las peticiones de mis padres, pero aquella vez tuve que ser tajante. Me costó no ceder a sus súplicas de que me quedase en casa, de que no hiciese lo que para ellos era una locura, pero no tuve más remedio que mantenerme firme en mi empeño.

Comprendo que los hechos se desarrollaron de una forma muy diferente a la que habían imaginado para mí. Lo tradicional (para ellos) hubiera sido salir de su casa para ir derecha al altar a contraer sagrado matrimonio con un buen partido que pudiese mantenerme cómodamente.

Pensar que su hija, su única hija, se iba a vivir sola, y a trabajar, Dios sabía en qué, fue un golpe para ellos y una pequeña victoria para mí, que por primera vez, supe llevar mis planes hasta el final.

Aunque siempre había vivido en el pueblo con ellos, no era ninguna idiota, y mira que sigue existiendo la creencia de que la gente que vive con los padres es más infantil. De eso nada, ahora me he dado cuenta de que son los más listos, los que mejor y más cómodamente viven. Algunos, incluso, tienen la cara más dura que el cemento armado, pero tontos no, de eso nada.

Yo estaba a gusto con ellos, pero sabía que había llegado un momento en mi vida en el que tenía que dejar de sentirme tan arropada, tan protegida, necesitaba demostrarme a mí misma que era una mujer adulta y que podría mantenerme yo sola y salir adelante sin su ayuda.

Tenía muy claro que para eso, el primer paso era tener trabajo, lo que nunca imaginé es que sería tan difícil conseguirlo.

Resulta que lo primero que te exigen es tener experiencia, pero yo me pregunto cómo vas a tener experiencia si nadie te da trabajo porque no la tienes, es una espiral que te marea y de la cual no sabes cómo salir: “sin experiencia no hay trabajo, sin trabajo no hay experiencia…” Puedes estar así eternamente o lanzarte al vacío, ir bajando el listón hasta límites insospechados y armarte de todo el valor del mundo.

Otra barrera insalvable fue el requisito imprescindible de tener “buena presencia” para entrar en cualquier empresa. Pero vamos a ver, digo yo que eso es muy subjetivo, yo ando por la calle y nadie se murió nunca de un infarto al verme, no creo que para trabajar en una oficina haya que llevar el título de “Mis España” en la boca ¿o sí?

Yo buscaba trabajo de auxiliar administrativo (que suena mejor que secretaria aunque es lo mismo), y llegué a la conclusión de que para manejar un ordenador se necesitan dos buenas piernas y el sujetador de la talla doscientos. ¡Pero bueno! ¿Es que alguien escribe al ordenador con las tetas?
Nadie me miró para las manos, nadie me hizo una prueba de rapidez al dictado ni me preguntaron cuántos programas informáticos sabía manejar. ¿Para eso había estudiado yo? ¿Para eso me había pasado un año entero cogiendo todos los días cuatro autobuses para ir a la academia y estar allí dale que te pego con el ordenador hasta que conseguí arrancarle todos sus secretos?

Está claro, muy claro, las entrevistas de trabajo las hacen en un noventa por ciento de los casos los hombres, con lo cual, lo importante es que lleves un buen escote y unas piernas de dos metros (si se abren con permisividad, mejor todavía). Si coincide que sabes algo, estupendo, si no, no pasa nada. Decididamente, las mujeres tenemos todavía mucho terreno que conquistar.

Vista y asumida la situación, ya podía descartar de entrada, en la sección de anuncios, aquellos en los que se requerían experiencia y buena presencia, con lo cual, hacía una buena criba y se reducía considerablemente el número de ellos que tenía que señalar.

Creo que elegí el peor momento del mundo para buscar trabajo. No sé cuántas negativas escuché, cuántas veces me dijeron eso de “ya te llamaremos”, pero nunca me llamaron; en cuántas ocasiones repasé mis datos por si me había confundido al darles el número de teléfono, cuántos días viví pegada al móvil para que no se me escapase ni una sola de todas aquellas llamadas que iba a recibir, pero que jamás llegaron.

Cuando ya mis esperanzas estaban tocando fondo cuando me veía otra vez ante mis padres con la cabeza baja, dispuesta a oír eso de “ya te lo dijimos”, surgió mi última oportunidad y me agarré a ella como un náufrago a un salvavidas (digo esto por innovar, que lo del clavo ardiendo ya está muy visto).

Estaba desesperada y pensé que aquel trabajo podía, si no salvarme la vida, al menos hacérmela más llevadera.

Una empresa inmobiliaria solicitaba personal administrativo.

No había ningún requisito que yo no pudiese cumplir, no se pedía nada más que conocimientos de informática, nociones de inglés y presentarse para hacer una entrevista personal, así que me fui para allá casi segura de que una vez más volvería sin nada, de que otro día me acostaría desesperada, sin un trabajo que llevarme al cuerpo, preguntándome si nadie se iba a dar cuenta de que si, mi “Currículum vitae” no era muy extenso, mi voluntad de trabajo era enorme, tanto como mi ilusión, mi entusiasmo…y mi necesidad (bueno, vale, también tenía un poquito de orgullo, pero el orgullo herido no cuenta en las entrevistas de trabajo, mejor que ni se enteren).

Pero no fue así, aquella vez lo logré.

La entrevista fue corta, me hicieron primero unas breves preguntas y después tomaron mis datos. Días después me volvieron a citar en el mismo sitio. No fui su única opción, nos llamaron a varias chicas a la vez, seguros como estaban de que muchas de ellas iban a renunciar a la “maravillosa” oportunidad que ofrecían. No se equivocaron, delante de mí varias de ellas renunciaron al trabajo, algunas abandonaron el despacho al que fueron llamadas, de forma airada, otras ni siquiera llegaban a entrar al escuchar de las primeras las humillantes condiciones que ofrecían.

Y me quedé sola en aquella sala de espera en la que ya nadie más esperaba nada, por eso me cogieron, no voy a engañarme, porque no tenían otra opción mejor, pero estábamos iguales, yo tampoco tenía dónde escoger, así que una vez más situé mi orgullo justo debajo de la suela de mis zapatos y entré muy digna en aquel cuartito en el que el mismo hombre que me había entrevistado días atrás, me observaba sin la menor ilusión, esta vez, acompañado por otra persona, hombre también, que me miró a mí y le miró a él alternativamente, un par de veces, como diciendo: “¿Pero vamos a contratar a esta chica? ¿Tú la has mirado bien?”

Pero no me achiqué, todo tiene ventajas e inconvenientes en la vida y mi metro sesenta de estatura no me permite tener muchos aires de grandeza, estoy acostumbrada a miradas de aquel tipo.

-¡El trabajo es suyo!- dijo el entrevistador como si me estuviese regalando un apartamento en Torrevieja- Hemos decidido que reúne usted cualidades suficientes para ocupar el puesto y estaremos encantados de que entre a formar parte de nuestra empresa.

El otro le miró como dando a entender que él no había decidido nada y yo, me mordí la lengua para no contestarle, al fin y al cabo, acababa de conseguir un trabajo, fuese porque no había más candidatas, porque tenían necesidad imperiosa de personal, porque estaban hasta el gorro de ver gente o por cualquier otra razón peregrina, el puesto era mío ¿no? Pues a callar. Me dije: "Mira, Puri, tú has querido llegar hasta aquí y tú tienes que tirar adelante como sea. Así es la vida, tú vida, así que, hala, a vivirla, maja"
Me explicaron en qué consistiría mi trabajo: hacer cartas al ordenador, mantener actualizados todos los datos, contestar al teléfono, trabajar veinticinco horas al día por un sueldo miserable, hacer horas extras sin cobrarlas, y firmar un contrato basura en el que figurase que trabajaba la mitad de lo que en realidad era.

O sea, el trabajito era una ganga, pero no me encontraba en situación de exigir, así que acepté en el mismo momento en que ellos me dijeron que me aceptaban a mí.

Después comprendí que si no exigían experiencia era para poderme hacer un contrato como aprendiz, y que la buena presencia no era imprescindible, pues el contacto con el público era únicamente por e.mail o por teléfono. Sólo las que llevaban mucho tiempo en la empresa tenían acceso a los despachos de los jefes, las demás estábamos allí, formando una especie de rebaño, reducido nuestro mundo a una mesa atestada de papeles que había que tener dispuestos para anteayer, un ordenador del año que reinó Carolo, y un teléfono que no dejaba de sonar en toda la mañana. De todas formas, aquello, por muy precario que fuese, era mejor que nada, así que, me incorporé a la vertiginosa marcha que llevaban en aquella oficina, entre papeles que iban y venían sin que apenas me diese tiempo de leerlos y con el correo electrónico(que era lo único moderno que tenía el ordenador) atascado de tantos mensajes como había atrasados y que yo era incapaz de contestar a tiempo.

Cuando es necesaria la rapidez, cuando tienes que tenerlo todo al día porque sabes que si no, se te juntará con lo de mañana y será mucho peor, te acostumbras a escribir sin leer, ni te enteras de lo que estás poniendo, desconectas, pones el piloto automático, y te limitas a copiar, a golpear las teclas y a no pensar en nada más.

Sí, era un trabajo monótono, aburrido, mal pagado y donde me explotaban día tras día, pero no me quedó más remedio que pensar que si bien no iba a hacerme rica, lo importante era tener un sueldo que me permitiera ir librando gastos, después ya vería a ver con más calma si surgía otra cosa. “Todo se andará”, pensé.

Y se anduvo, se anduvo.

(¡Pero en qué jardines me meto! Os lo cuento mañana ¿vale?)    ¡Abrazos!

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