9- EN BOCA CERRADA...

     No sé si leer tantas novelas  me beneficia o no, pero es que son tan apasionantes que no me puedo desenganchar de ellas. Ahora estoy leyendo una que se centra en la corte de Enrique VIII, hace no sé cuántos años, cuando andaban con aquellos vestidos de miriñaques y toda esa parafernalia que menos mal que desaparecieron, porque si tuviéramos que ir con ellos ahora, en hora punta metidos en los autobuses o en el metro, daría gusto vernos.
                   ¡Y qué fiestas daban! Con tanto detalle y con tanto teatro, porque luego, por detrás, se ponían verdes, o sea, más o menos, como ahora, porque en mi casa, se seguían dando fiestas, sin miriñaques, sin tanto lujazo, pero con teatro también, porque criticar, criticaban lo suyo, a la misma de siempre, claro: a mí.
                Y es que, mi forma de ver las cosas era tan distinta de la forma de verlas la mayoría de ellos, que resultaba inevitable que saltase la chispa, pero bueno, ya me iban conociendo y me da la impresión de que tampoco es que le hiciesen mucho caso a mis opiniones, porque de todo el grupo, yo era la…menos moderna, por decirlo de alguna forma.
                   Una de las veces que pasará a la historia, al menos, a la mía personal e intransferible, fue cuando Encarnita  se despidió de la oficina.

 

Tengo que ser sincera, no me dio pena que se fuera, en parte porque hacía poco tiempo que la conocía y en parte porque la simpatía entre las dos, brillaba por su ausencia, la verdad. Se pasaba el tiempo diciendo “te lo juro, tía” y “jo, tía” “esto es muy fuerte, tía”, y como yo no tengo sobrinos, ni les voy a tener porque no tengo hermanos, no estoy acostumbrada a que se pasen el tiempo llamándome “tía”, ya sé que esta será otra de mis rarezas pasada de moda, pero no puedo hacer otra cosa, no me va esa forma de hablar, qué le voy a hacer.
  La fiesta fue en mi casa, cosa rara ¿verdad?  
Enrique Iglesias resonaba por mi modesto pisito como si le tuviese allí mismo, bailaban hasta los cuadros.

  A alguien se le ocurrió la idea de que fuese una reunión exclusivamente femenina, con lo cual, la casa de Marta quedó descartada, porque en ella pasaría la tarde descansando su bello durmiente, Nelson, y no era cosa de despertarle con el jolgorio y que luego no rindiese bien en el trabajo, (hay que ser serios con los trabajos).
  Así que, por eliminación, quedó mi humilde morada como único lugar posible para la juerga, por lo visto, los demás no tenían casa.
 -Mujer, la tuya es la ideal para estos eventos, porque vives sola.
 -¡Anda! ¿Vivo sola? Pues todavía no me ha dado tiempo a enterarme…
 Pude ser más enérgica en mi protesta, pude plantarme y decir que no, pude insistir para que fuese en casa de otro, pude… pero no lo hice.  Nunca he sabido enfrentarme a nadie, me limito a protestar conmigo misma, mientras los demás se aprovechan de mi debilidad e invaden mi casa, con sus mejores intenciones, sí, pero la invaden.

  Tengo que reconocer que estos asedios festivos en los que tomaban mi territorio como Atila y los suyos, me ayudaron a socializarme, a relacionarme con todo el mundo. De no haber sido así, seguramente seguiría tumbada en el sofá y haciendo el trayecto de casa al trabajo y del trabajo a casa como único entretenimiento en mi vida.
  Encarna nos invitó a comer a un grupo de compañeros de la oficina y luego, ya sólo las mujeres, nos fuimos para mi casa a preparar el sarao.
  La idea era pasar la tarde juntas, disfrutar de la música, tomarnos algo, una cosa  sencilla, vamos,  tampoco era para tirar cohetes porque si no, iba a parecer que nos alegrábamos todas de que se fuera. Y todo iba bien, pero subió la temperatura cuando Maria José dijo que había traído una película del video-club “por si nos aburríamos”.
  El título ya era bastante sugestivo “El cartero siempre se la tira dos veces”, con ese nombrecito, ya me figuré que el bueno del cartero se había hartado de llamar dos veces durante tantos años y había decidido darlo todo.
 En fin, que nos reímos lo nuestro, el ambiente se hizo más relajado y nos empezamos a soltar. Yo, por ejemplo, solté la lengua, y si me hubiese quedado calladita, hubiera estado mucho mejor, pero no aprenderé nunca, está claro.
 Todo empezó como un juego, alguien propuso que cada una contase cómo había sido su primer amor.
  Yo conté que hacía años me había enamorado de un chico que vivía cerca de la casa de mis padres, pero que no me había hecho ni caso, comprendo que la historia no es muy intrigante, pero era lo que podía contar, ese caso y varios más en la misma línea.
 Después cada una fue añadiendo los detalles que le parecían más oportunos, que si el primer beso apasionado, que si las primeras caricias, bueno, que cada una contó lo que le pareció, creo que en algún caso, echándole mucha imaginación al asunto, pero bueno, ya digo que suelo respetar la vida de los demás, incluidas las verdades o mentiras que se cuenten. A mí, lo de improvisar, se me da bastante mal, así que no me inventé nada, y les dije que mi primer beso me lo había dado un primo mío, pero como me habían dicho que entre familiares era peligroso porque “ya bastantes primos había en el mundo”, la relación no siguió adelante.
  Después, como yo me temía, vino lo de contar la primera vez, el primer “polvo”, como dijo Marta, que para eso no se anda con rodeos (bueno, ni para eso, ni para nada).
  Y ya ves, con lo mayorcitas que éramos todas, no veas la risa que pasamos, mientras yo me iba preguntando a mí misma qué iba a decir cuando me tocase el turno.
  Ya sé que pude inventarme algo y dejar volar mi imaginación, de algo podían haberme servido tantas novelas y tanto apasionamiento como había leído en ellas, pero una cosa es leerlo y otra inventarlo, y lo mío no es la creatividad, está claro.
  Soy idiota, lo sé, porque decir la verdad no se lleva, y si hubiera tenido algo más de tiempo, a lo mejor se me hubiese ocurrido algo, pero así, sobre la marcha, me quedé en blanco.
  -¡Venga Puri! Suelta prenda ¿Quién se llevó "tu flor"? –decía Elena que tenía un “pedal”  bastante majo con tanto cubata que iba y venía.
 -Yo…, en realidad…el caso es que...
 -Ya salió la educada- era Marta que se creía que llamarle a alguien educado era como insultarle o algo así.-Pero chica, no te cortes, si ya lo hemos contado todas, anda, cuenta, venga, cuéntanos cómo fue.
 Mira que puede uno hacer el tonto sin decir nada de nada, pero claro, a fuerza de estas experiencias es como se aprende a decir mentiras de maravilla, ahora ya lo sé.
 Se hizo una especie de silencio que pesaba lo suyo, vamos, que si es verdad lo que dicen de que en esas situaciones está "pasando un ángel", el mío debía de ser de los gordos y hasta un poco cabroncete. Me miraron todas como si hubiese dicho que había dado un asalto al Banco de España, bueno, no, no hay que exagerar, si digo lo del asalto no se admiran tanto.
  -¿No serás virgen? –dijo Marta separándose un poco de mí, como si la virginidad fuera algo contagioso.
  -¿Y qué si lo soy? Tampoco creo que tenga tanta importancia.
  Pero por lo visto, sí que la tenía, al menos para ellas. En ese momento, me sentí como se debió de sentir el último dinosaurio sobre la faz de la Tierra, observado por las nuevas especies, sabiendo que todos sus congéneres estaban ya extinguidos.
 -¡Qué cosas hay que oír!- dijo Chelo, igual que lo dice mi padre cuando está viendo el telediario y todo son noticias mala
 -Pero bueno…es increíble, a tu edad…- añadió Encarna que no podía dar crédito a tanta injusticia.
 A mí, ya me estaban llenando el gorro con tanto comentario sarcástico. Hasta entonces había vivido tranquila pensando que no era nada del otro mundo, pero bueno, si seguían mirándome de aquella forma, terminarían por hacerme sentir culpable de no sabía qué.
-No creo que nadie se haya muerto por eso- les dije a ver si espabilaban un poco- tampoco creo que sea para que os pongáis así, no sé, me parece que no es para tanto.
-Escucha, Puri, guapa- Chelo era muy amable en su entonación, como si yo estuviera en estado terminal o algo así- ¿y eso ha sido por que tú no has querido o porque nunca…quiero decir si nadie …vamos, ya me entiendes…?
-Dilo, mujer, dilo, pregúntame si nadie me ha querido echar un polvo nunca, que no soy imbécil, a ver si ahora no vais ni a poder hablarme por si me ofendo…
 La verdad era que me estaban ofendiendo de lo lindo, pero no quería que se me notase, todavía me quedaba un poco de dignidad. Había puesto de mi parte todo lo que había podido por adaptarme a su ambiente, sin dejar de ser yo misma, eso desde luego, y cuando parecía que estaba integrada en el grupo, todo se venía abajo sólo porque no podía contar mi primera vez, vamos hombre, aquello superaba a cualquier novela.
 -Esto no debe salir de aquí- dijo Maria José, como si hubiese hablado Poirot cuando estaba a punto de descubrir al asesino y había que guardar en secreto cualquier pista; y lo malo, fue que lograron que me sintiese como el mismísimo asesino, a pesar de que una voz interior me decía que yo no tenía nada que ocultar, que yo era inocente, que no había matado a nadie, caramba.
 -Lo importante es que esto tiene remedio- dijo Marta- eso es lo que no tiene que desanimarte, hay arreglo. Cosas peores tendrás en la vida, no lo olvides.
  Me dio la impresión de que iba a tener que pasarme el tiempo que me quedase de vida pidiendo disculpas al resto del mundo por “aquello”, por algo que no era que yo hubiese tratado de evitar, porque ya digo que en ese aspecto y con todo lo anticuada que me considerasen, yo me sentía muy liberal, pero bueno, si no había pasado, tampoco era cosa de salir a la calle a buscar un voluntario, la necesidad no era tanta.
  Por supuesto, la fiesta quedó arruinada, el ambiente decayó y según se iban marchando, trataban de darme ánimos, de tal manera que a cualquiera le hubiera parecido que en vez de salir de una fiesta, salían de un tanatorio.
 -Adiós, Purita, guapa, ya verás como todo se arregla…
 -Animo, Puri, seguro que se nos ocurre algo, ten confianza.
 -Tranquila, chica, que al fin y al cabo aún no es tarde, bueno… demasiado tarde, quiero decir.
  No recuerdo bien las veces que me arrepentí de haber abierto la boca, de verdad, pero lo que estaba claro era que ya no había solución, y que, desde luego, si para alguien el tema no suponía una novedad, era para mí misma, por lo tanto, esa noche no tenía que sentirme peor que otra cualquiera, sólo tenía treinta años, tampoco estaba todo perdido, caramba.
 Marta se quedó la última, cosa milagrosa, ayudándome a recoger, se ve que mi estado le inspiraba compasión, y así, entre una copa que recogía y otra que fregaba, fue dejándose caer.
 -Puri, ¿a ti te gustan los tíos?- me plantó así, de sopetón.
 -Sí, al horno y con patatas.
 -Que no bromeo, mujer, esto es serio, pensé que tal vez, el problema estuviera en que tus inclinaciones sexuales fueran otras, pero si te gustan los tíos no hay que preocuparse, ya pensaré yo algo, tú no sufras.
  Y no me dio tiempo de decirle nada más, abrió la puerta y se fue como si tuviese que urdir un plan de inmediato, como si se tratara del problema del siglo o algo así.
  Me quedé allí, con George Clooney mirándome desde la puerta, menos mal que por lo menos este no me echaba nada en cara.
  Cerrar la boca, cerrar la boca, eso era algo que tenía que repetirme como un mantra a ver si así no se me olvidaba nunca más.
Demasiado tarde, había destapado la caja de los truenos y la tormenta fue de campeonato.
          


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