10- ¿QUIÉN ES ESE HOMBRE?

    Por fortuna, en la vida unas cosas van dejando paso a otras, y no hay nada mejor que un imprevisto para que deje de tener importancia lo anterior y todo el mundo pase a ocuparse de lo más nuevo. Es como cuando te duele mucho una muela y estás que no paras, hasta que el dolor llega al oído y entonces lo de la muela pasa a un segundo plano.

Lo que vino a relevarme de la portada de la prensa sensacionalista entre mis compañeras fue que al irse Encarna, quedó un puesto vacante en la oficina, y la pregunta del millón, era quién ocuparía ese lugar. Por fin yo iba a dejar de ser la nueva, porque por muy integrada que estuviera, seguiría siendo “la nueva” aunque llevase allí noventa años si nadie me quitaba el título.
Además de la lógica curiosidad por saber quién iba a ser nuestra nueva compañera, también estaba lo del trabajo, porque al faltar una, había que repartirse su tarea entre todas, y como ya andábamos muy justas, la situación nos desbordaba.
Pasaron un par de semanas hasta que la encargada, que de vez en cuando se daba un garbeo por nuestra sección, supongo que para controlarnos, porque otra cosa no hacía, nos dijo que la vacante se había cubierto.
-Ya tenéis nueva compañera, el director la contrató hace un par de días y creo que empieza mañana, se llama María, me parece, María Moreno. Ya podéis echarle una mano.
En aquel momento me acordé del primer día que empecé a trabajar allí, de lo mal que lo pasé, y de la sensación de estupidez que tiene uno cuando no sabe ni por dónde empezar, ni siquiera a qué tienes que empezar, así que me prometí a mí misma, que iba a ayudar a aquella chica para que se sintiese bien, para que desde el primer día estuviese a gusto entre nosotros.
Apenas hacía unos meses que yo formaba parte de la plantilla y ya me sentía como una anfitriona, capaz de ayudar a otra persona, está claro que todo en la vida es relativo, depende de con quién te compares.

Todas estas buenas intenciones tenía yo cuando llegó el día siguiente, en el que la tal María iba a presentarse, me sentía en plan O.N.G., no sé, arrebatos que le dan a una, cuando al llegar por la mañana a la oficina, nos encontramos sentado en el sitio de Encarna, o sea, dos mesas delante de mí, a un tío.
Bueno, aquello no era un tío, era un padre, un hermano, y yo me quedé mirándole como una prima, a lo "Pasión de Gavilanes", vamos, preguntándome quién era aquel hombre.
-¿Y este quién es? –dijo Marta que se preguntaba lo mismo, pero yo me callo y ella lo suelta.
-¡Hola! ¿Qué hay?- dijo él, saludó o qué sé yo.
“¿Que qué hay?”me preguntaba yo a mí misma, “pues hay…que ver los despertares que tienen algunos días, y hay que ver la cara que tiene este hombre, bueno, la cara y todo lo demás…”
-Soy…bueno, el nuevo compañero, empiezo hoy.
-Nos habían dicho que venía una tal María Moreno, o algo así.
-¿María? No, no, ha debido de ser un error, yo soy Mario, Mario Moreno.
-¡Coño, Cantinflas!- fue lo primero que se me vino a la mente, y así lo solté claro, porque yo, es lo que tengo, que digo lo que pienso, pero no pienso lo que digo.




-Bueno, espero que no, porque en estos momentos debe de estar un poco fastidiado el hombre- dijo él con una sonrisa que es imposible describir con palabras, así que, ni lo intento.
-Bienvenido, nos alegramos- dijo Marta muy cortés-Vamos, Puri, a lo nuestro, y cierra la boca, hija, que te va a llegar la baba a los pies, y además estás más mona.
Me cogió del brazo y me acompañó hasta su mesa.
-¡Vaya tío!- dijo apretándome el brazo muy fuerte- y tú vas y le llamas Cantinflas, hija, es que tienes cada salida…
-¡Mujer!, me salió así
No estuve muy acertada, vale, pero si todos mis errores fuesen así ¡viva las equivocaciones!
No sé cómo definirle, yo le vi como una mezcla entre lo maduro y lo pueril, entre lo caballeroso y lo sensual, entre muy bueno y extremadamente bueno. La verdad es que no se me da muy bien describir, pero lo que sí es cierto, es que no fui la única que no dio golpe en toda la mañana.
Todas mis intenciones de ayudar a la “compañera” desvalida, se fueron a tomar vientos, porque Mario no necesitaba ayuda de ningún tipo, se presentó él sólo a todo el mundo, iba y venía por la oficina como si llevase allí tres años, sonreía, hablaba con la gente y se mostraba atento y caballeroso con las chicas y correcto y discreto con los chicos, que ya se sabe que en estos casos se ponen muy tontos y en seguida empiezan a decir que el tipo en cuestión seguro que es marica, por decir algo.
Era de lo más entretenido ver la pequeña revolución que se había formado en la oficina, aquel día hubo más tráfico por los pasillos que en la estación del metro en hora punta. Es curioso cómo cambia el comportamiento de la gente cuando cambia algo en el entorno, y eso era lo que nos pasaba a nosotros, que algo importante había cambiado a nuestro alrededor.
-Es un bombón ¿verdad, Purita?

-¿Quién dices? Ah, ese, sí, bueno, no está mal…
-¿Qué no está mal, dices? Eso será ahora, porque te has pasado la mañana sin quitarle ojo.
-¡Qué bobada! Por si necesitaba algo- dije haciéndome la ofendida.
-Sí, a mí tampoco me hubiese importado ayudarle en lo que fuese…del trabajo, claro.
De regreso a casa, en el coche de Nelson, Marta no se cortó un pelo y fue comentando a voz en grito la “locura de hombre” que había llegado a la oficina, pero Nelson lejos de contrariarse con aquellos comentarios, se rió con ella y, como siempre, hizo una de sus observaciones provocadoras:
-A ti sí que te voy a dar yo locura, pero algo bien chévere, ya vas a ver.
Yo pensaba que por eso estaba tan delgado el muchacho, es que no debía de parar un momento, entre el trabajo y el ocio, no tenía descanso. “Este no necesita quemar calorías” pensé,” ya está bien quemado, por dentro y por fuera” (Observación racista que mi mente nunca debió hacer, pero es que las mentes…es lo que tienen, que van por libre y cuando las quieres parar, ya la han liado parda).
Aquella noche no miré siquiera el póster del pobre George Clooney, que seguía allí, a las duras y a las maduras, sin afectarse ante nada, aquella noche me puse a leer la novela que tenía empezada y no me enteré de nada de lo que leí. Me levanté y puse la televisión, pero tampoco veía nada de lo que estaba mirando. Me volví a la cama, apagué la luz y me dormí de puro aburrimiento.
Soñé que era otra chica, no sé cómo explicarlo, era yo pero dentro de otra, tenía otra cara, otro cuerpo y estaba con aquel chico, con Mario.
No me gustó nada soñar con él, no quería ni siquiera pensar en él, y por eso me pareció tan mal que mi subconsciente se atreviese otra vez a hacer cosas sin pedirme permiso.
Cuando me levanté me dolía todo, me miré en el espejo, creo que con la secreta esperanza de comprobar si había cambiado algo después del sueño, pero no, allí seguía yo, con mi cara de siempre, pero un poco más demacrada como resultado de no haber dormido bien.
Cuando Marta me llamó al timbre para que bajase al coche, me dieron ganas de decirle que no iba a trabajar, pero me pareció demasiado, me reñí a mí misma y bajé.
“No te pases, rica- me dije- que por no haber dormido bien y estar hecha unos zorros, no se puede faltar al trabajo”.
Ese día llegué a la oficina de mal humor, menos mal que poco a poco se me fue pasando porque no me aguantaba ni yo. Permitirme una mañana de brazos caídos no era posible porque el trabajo se amontonaba, y no tenía ningún interés en quedarme más tiempo del imprescindible, así que, no me quedó más remedio que ponerme las pilas y despachar lo que tenía allí sin más zarandajas.
Me propuse no mirar más a la mesa de Mario, hacer como si no estuviese él, como si allí siguiera estando Encarna, a la que nunca había mirado ni cinco minutos seguidos, pero claro, no fue fácil engañarme, porque la verdad es que el parecido entre Encarna y Mario es nulo.
Además, una cosa es lo que una se propone y otra lo que las circunstancias te dejan hacer, porque cuando estaba de lo más concentrada, dale que te pego al ordenador, alguien se acercó a mi mesa.
-Perdona- era Mario- me parece que sí que voy a ser un poco como Cantinflas, porque no sé lo que tengo que hacer con este montón de papeles que me ha dado la encargada…
Le miré y me dije: “Se acabaron los buenos propósitos, ya seguiré mañana”, y muy atenta, le expliqué lo que tenía que hacer con cada carta.

-Oye, muchas gracias ¿Cómo es tu nombre?
-Puri, yo soy Puri.
-Bueno, pues gracias, Puri.
Como dice Samanta Villar, la reportera que hacía lo de “21 días”: no es lo mismo contarlo que vivirlo, porque dicho así no parece que fuese nada del otro mundo, pero visto en directo, es otra cosa, porque aquella sonrisa, aquellos ojos y aquella forma de hablar…mira, es que no hay forma de contarlo para que refleje lo que realmente fue.
Me dieron ganas de haberle dicho que me llamaba Débora, Esmeralda, Shakira o cualquier otro nombre más exótico que Puri, pero fue sólo un momento, después aterricé y me di cuenta de dónde estaba y quién era yo.
Y no me gustó, por primera vez en mi vida renegué de mí misma. Siempre tuve bien claro que soy una chica del montón, pero nunca me amargué por ello, ni me sentí mejor o peor que las demás, hasta entonces no había tenido ningún problema por no ser más alta o más sofisticada, siempre me he aceptado tal y como venía de serie, no he tenido comeduras de tarro ni complejos de ningún tipo, y por eso me sentí fatal al darme cuenta de que por primera vez en mi vida tenía comportamientos que en otra chica hubiese criticado hasta la saciedad.

“A ver- me dije- eres tú, Puri, la Puri de siempre, la que está orgullosa de ser mujer, pero mujer de verdad, hecha y derecha, firme, segura (sin alas, que si no parecería una compresa) pero no una mema que se pasa la mañana sin apartar la vista del primer maromo que te dirige la palabra, por favor, que ya estás crecida, maja, no eres ninguna niñata repelente con las hormonas en ebullición. Mírate, has visto otros hombres en tu vida y no has hecho este ridículo, céntrate en el trabajo, mira al ordenador y sobre todo, compórtate como una mujer seria, no como una adolescente, que la edad de llevar a Hello Kytty en las carpetas, ya se te pasó.
Yo me hecho estos rapapolvos de vez en cuando, y suelen ser bastante efectivos.
“Suelen ser”: dícese de cosas que suceden con frecuencia, pero no siempre.




         


           

1 comentario:

Cris dijo...

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